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La verdadera historia sobre la alimentación del ser humano.

La verdadera historia sobre la alimentación del ser humano.

Se habla mucho de alimentación saludable. Pero ¿qué es saludable para nuestra especie? ¿Legumbres, frutas y verduras? ¿Huevos, carnes? ¿Ayunar? ¿Comer cada 3 horas? Conocer la evolución del ser humano nos da claridad ante el exceso de información.

¿Herbívoros? ¿Frugívoros? ¿Omnívoros? ¿Carnívoros?

¿A quién le creemos?

Cuando comencé el recorrido para cambiar mi alimentación y hábitos tuve todas esas dudas. Como nos enseñan a los médicos en la universidad, empecé a buscar evidencia sobre el tema. Pero la realidad es que hay tanta evidencia para un lado como para el otro.

El paradigma científico actual de la medicina basada en la evidencia suele ser muy confuso porque la epidemiología y la estadística pueden ser fácilmente sesgadas y manipuladas. Es por esto por lo que siempre hay evidencia a favor de una cosa o de otra, incluso cuando son opuestas. Hay que ser muy cautos a la hora de validar las conclusiones de un estudio, ver sus sesgos, sus conflictos de intereses, quiénes son sus autores y a quienes les deben favores o fidelidades.

Lo cierto es que la mayoría de las aberraciones en la historia de la humanidad se han cometido en nombre de la religión primero y de la ciencia luego. Hoy en día, seguimos dando por ciertos muchos conceptos que son erróneos y que han sido maliciosamente validados. En esta búsqueda personal, que se volvió mi vocación suprema, descubrí la Medicina Ancestral y Evolutiva, la PNI y la Medicina Ortomolecular.

Ante la vasta “evidencia científica” creada por el hombre mi pregunta era ¿cómo hacemos entonces para poder discernir y tomar decisiones? La respuesta estaba ahí: observar a la naturaleza en lugar de escuchar al hombre. Respetar sus mandatos, conocer nuestros orígenes y nuestra evolución. Recuperar nuestro ser primitivo.

¿De dónde venimos?

Nuestro ancestro es un simio bípedo llamado Astralopithecus que vivió hace unos 3.9 a 2 millones de años. Habitaban en el territorio que actualmente es África en junglas muy ricas en alimentos por lo que comían principalmente frutas.

En algún momento por esa época, la temperatura de la Tierra comenzó a descender y se inició la era de las glaciaciones. El frío redujo la evaporación y, por lo tanto, las lluvias comenzaron a mermar, el terreno se fue haciendo cada vez más árido y las junglas finalmente se transformaron en sabanas. El alimento ahora era escaso. El entorno se puso hostil.

Cuando pasan estas cosas, la biología pone en marcha mecanismos de Selección Positiva. Sobrevive el que se adapta. El resto, muere. Estas adaptaciones que presentan las especies comienzan a “imprimirse” en los genes y se van a transmitir y permanecer en las próximas generaciones si demuestran que han ofrecido una ventaja evolutiva. Todas las grandes variaciones en los seres vivos de esta Tierra se han dado luego de eventos catastróficos. La naturaleza se supera con cada crisis.

Este entorno hostil con cambios en la disponibilidad de alimentos necesariamente implicó una presión selectiva entre los primates. Ante la falta de frutas, algunos comenzaron a comer más hojas y raíces. Alargaron sus mandíbulas, sacaron colmillos prominentes y paletas grandes para poder romperlas y triturarlas y aumentaron la superficie del intestino grueso para poder fermentar estas fibras.

Pero otros, comenzaron a comer animales. Inicialmente, comieron peces, aves y carroña que dejaban predadores más grandes. Como la carne es más fácil de trocear, achicaron la mandíbula y los dientes, el estómago se hizo más ácido y el colon más pequeño. Pero lo más importante es que tuvieron acceso a alimentos mucho más densos en nutrientes con menor esfuerzo digestivo.

Los simios que comieron animales fueron los que evolucionaron y dieron origen a nuestra especie. El acceso a la grasa animal les permitió aumentar el encéfalo, principalmente a expensas del lóbulo frontal, característica que nos define como seres humanos.

Hipótesis del Tejido Caro

En el año 1995, una bióloga llamada Leslie Aiello, planteó la hipótesis del “tejido caro” que inició una línea fascinante de investigación.

Cuando se comen alimentos ricos en fibras como hojas, semillas, raíces se necesita mucha fermentación en el intestino grueso lo que genera distensión abdominal (por eso los monos, a pesar de ser bien musculosos, tienen la “panza” redonda y abultada). Además, este tipo de digestión supone un gasto muy grande de energía para obtener escasos nutrientes y calorías.

En cambio, los alimentos de origen animal no necesitan fermentación intestinal, sino ácido a nivel estomacal. Aportan muchos nutrientes de elevado valor biológico, más calorías y consumen menos energía en el proceso. Ese “sobrante” de energía y de nutrientes fue hacia el cerebro y provocó su crecimiento exponencial.

A medida que la corteza pre-frontal comenzaba a desarrollarse y generar nuevas conexiones, nuestros ancestros se volvieron cada vez más inteligentes y sociables. De hecho, somos un animal ultrasociable. Perfeccionaron las técnicas de caza y el trabajo en equipo lo que les permitió competir con grandes depredadores y comer presas cada vez más grandes. En esas condiciones hostiles y gracias a la ingesta de animales no sólo sobrevivieron, sino que evolucionaron como no lo había hecho ningún otro animal.

Nuestro genoma (actualmente sigue casi sin cambios desde el Homo Sapiens) se desarrolló en una de las épocas más adversas que vivió nuestro planeta. Temperaturas extremadamente bajas, escasez de alimentos y predadores hambrientos por doquier. Pero fue justamente esa gran presión evolutiva lo que permitió la existencia del ser humano.

Diseñados para el movimiento constante, los grandes esfuerzos físicos, el hambre, el frío, la tribu y la economía de la cooperación. Con un cerebro enorme, energéticamente carísimo de mantener y formado de grasa animal. Dotados de una capacidad adaptativa al estrés formidable y un potencial gigantesco.

El ser humano es por definición omnívoro con mayor tendencia hacia la ingesta de animales. Nuestro cerebro necesita mucha grasa animal para desarrollarse y sentirse a salvo. Nuestras membranas celulares, hormonas, vitaminas y nutrientes más preciados provienen de la grasa animal. La leche para nuestras crías es extremadamente rica en grasas incluso saturadas (que tanto miedo nos hicieron tenerles). Las mejores y más completas proteínas son de fuente animal.

Comer animales es básicamente lo que nos hizo seres humanos. Está impreso en nuestros genes. Si nuestros ancestros hubieran seguido comiendo sólo frutas y verduras hoy seguiríamos siendo un simio más mascando hojitas arriba de los árboles.


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1) Aiello, L. C. & Wheeler, P. The expensive-tissue hypothesis—the brain and the digestive system in human and primate evolution. Curr. Anthropol. 36, 199–221 (1995)

2) Kaufman, J. A., Hladik, C. M. & Pasquet, P. On the expensive-tissue hypothesis: independent support from highly encephalized fish. Curr. Anthropol. 44, 705–707 (2003).

3) Aiello, L. C. & Wells, J. C. K. Energetics and the evolution of the genus Homo. Annu. Rev. Anthropol. 31, 323–338 (2002).

4) Ana Navarrete, Carel P. van Schaik & Karin Isler. Energetics and the evolution of human brain size. Macmillan Publishers Limited. VOL 480 (2011)

5) Remko S. Kuipers, Martine F. Luxwolda, D. A. Janneke Dijck-Brouwer, S. Boyd Eaton, Michael A. Crawford , Loren Cordain and Frits A. J. Muskiet. Estimated macronutrient and fatty acid intakes from an East African Paleolithic diet. British Journal of Nutrition, 104, 1666–1687 (2010)

Se habla mucho de alimentación saludable. Pero ¿qué es saludable para nuestra especie? ¿Legumbres, frutas y verduras? ¿Huevos, carnes? ¿Ayunar? ¿Comer cada 3 horas? Conocer la evolución del ser humano nos da claridad ante el exceso de información.

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